Ultimamente me siento un poco Alicia, estoy como alucinada, maravillada con la vida. Así que con permiso de todos, y sobre todo con el mío propio, voy a aprovechar para volver la mirada hacia mí misma, y me voy a dedicar a intentar hacerme feliz. Sí, a mí. Me da un poco de apuro, y voy a tener que dar bastantes vueltas a la cabeza, y rebuscar, porque los sueños que tuve los dejé en el trastero, en alguna caja de cartón cerrada con cinta adhesiva. Probablemente estén carcomidos y llenos de polvo, y además no consigo recordar muy bien cómo eran. Son mis ilusiones de entonces, y pensándolo bien, no creo que me sirvan ya. Será mejor olvidarme de ellas y soñar unas nuevas.
Se me va a hacer duro, lo sé. Porque llevo casi una vida queriendo contentar, currándomelo para ser (y que me lo digan) buena hija, buena alumna, buena esposa, buena madre, buena amiga. Mirar para dentro es como asomarse al abismo. No he cultivado la sanísima costumbre de pensar qué es lo que yo quiero. En exceso, como decía alguien, hasta el calorcito del sol quema. Es bueno ser comprensivo, es bueno querer agradar y que te quieran. Pero cuidado al mezclar los ingredientes. Si nos pasamos con alguno, y añadimos unas gotitas de abnegación cristiana, se forma un cóctel destructivo con un efecto devastador: dejarte vacía por dentro.
Y en ello ando. Siento a veces un vértigo que asusta tanto como estimula, otras me invade la tristeza por tantos años de olvido de mí misma. Hay momentos, los más duros, en que no sé quién soy. Pero cada vez me voy reconociendo más, a fuerza de mirarme y mirarme. Y empiezo a saber qué es lo que quiero, porque tengo tanta suerte que la vida me lo está poniendo delante, justo ahora que soy capaz de verlo. Es el país de las maravillas. A veces me parece que no tengo derecho a encontrarme tan bien. A veces me resulta increíble sentirme así de libre.
Sólo espero tener el tiempo suficiente para seguir indagando, descubriendo y viviendo. Y no darme cuenta de repente de que todo ha sido sólo un sueño.