miércoles, 27 de enero de 2010

CORRER (RIESGOS)

Aquel caballero era un buen luchador, se entregaba en cuerpo y alma al combate, incluso tenía fama de ser algo temerario. Lo cierto es que no pensaba mucho en los riesgos, hasta aquella batalla. Fue diferente desde el principio, porque estaba absolutamente seguro de que la ganaría y viviría con gloria el resto de su vida de caballero. Se lanzó solo, confiando en ese algo que desde su interior le decía: esta es la batalla definitiva. Es tuya. No pensó en protegerse, no dudó ni un momento de sus fuerzas. El resto de caballeros le vitoreaban, sabían que iba a ser el vencedor. Pero cuando todo parecía conseguido, una espada larga y afilada que no vio venir se le clavó al lado del corazón, hasta el fondo. Limpiamente. Silencio.

Pasó días, meses, entre la vida y la muerte. Todo ese tiempo, una idea daba vueltas y vueltas en su cabeza. Hasta que tomó la decisión más importante de su vida. Cuando pudo ponerse en pie, mandó que le fabricaran una especie de buzo a la medida. Desde la cabeza hasta la punta de los pies, ni un centímetro de su cuerpo quedaba a la vista. Era algo incómodo, pero la seguridad con que podía ir por la calle le compensaba. Y poco a poco se fue acostumbrando a llevarlo, hasta que se convirtió en una segunda piel.

Así pasó el tiempo. Y llegaron nuevas guerras. Nuestro caballero salía siempre ileso. Iba despacito por el campo de batalla, dando empujones a los enemigos, que iban cayendo, sorprendidos ante una visión tan extraña, parecía de otro planeta. Pero ni un rasguño. Estaba satisfecho. Hasta que una noche, después de un combate, se quedó al lado de los heridos. Estaban ensangrentados, a veces aullaban de dolor, pero unas doncellas muy dulces les cuidaban. Y una vez curados se iban de fiesta, se abrazaban, reían, incluso fantaseaban con volver a la batalla.

Una oleada de melancolía le recorrió debajo del buzo. Y se dio cuenta. Estaba protegido de las espadas y los puños, pero también de las caricias, ni siquiera la brisa del atardecer podía tocarle. Incluso las voces le llegaban como de lejos. Su cuerpo se había acostumbrado a movimientos lentos y había perdido la agilidad y la fuerza de su juventud. Y estaba solo. En ese momento deseó que alguien le pellizcara y sentir esa punzada de dolor que, al fin y al cabo, te recuerda que estás vivo.
Y así fue que, tras mucho cavilar, el caballero tomó, de nuevo, la decisión más importante de su vida. A partir de entonces fue en pelotas hasta que murió, feliz y contento, muchos años después.... ( tanto darle a la cabeza dentro del buzo...)

2 comentarios:

  1. en pelotas con este frío??? ese era un valiente...

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  2. jejeje, más bien se le había ido la pinza. Un destalentao. Pero más contento...

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