lunes, 25 de enero de 2010

QUE TE DEN

De la gente a la que hemos querido nos quedan los recuerdos. Pero hay personas que han formado parte de nuestra vida hasta tal punto que no las recordamos sino que las sentimos. Pensar en mi abuela es revivir mi infancia, revivir momentos que se han quedado grabados no sé si en mi cerebro, en mi corazon, en mi piel...


Sensaciones, como el calor y la extrema suavidad de su mano grande de dedos torcidos por la artritis, mientras me frotaba los pies en el sofá. Como sus gritos por el pasillo por no obedecer a la primera (ningún sentimiento de frustración ni de dolor por aquellos gritos; mi hermano y yo los oíamos como cualquier otro sonido de los que te acompañan en casa, como el agua saliendo del grifo o la campana extractora funcionando). Su imagen, sobre todo de los últimos años, toda vestida de negro, sentada al lado de la mesa camilla, mientras miraba por la ventana a la gente pasar y pensaba que ojalá pudiera llevar unos zapatos como los de esa señora que caminaba ahora por la calle. Pero no, sus grandes juanetes sólo le permitían llevar zapatillas de felpa.


Sus listas de la compra, donde el jamón de york provenía de "iort" y los huevos, ante la duda de si se escribía con hache o no, con uve o no, eran un dibujito (de un huevo, claro). No pudo ir casi a la escuela porque de bien pequeña tuvo que ponerse a servir, pero era lista, más lista que el hambre. Y buena, y divertida, y cariñosa, y con una imaginación desbordante. Sus comparaciones siempre eran de colores, expresivas, visuales, exageradas, y nosotros nos reíamos (como esa vez que cogí piojos en el cole y ella gritaba "son como garbanzos!!").


Nadie se iba de casa sin comer un par de galletas cuétara o un café con leche, te agarraba con la mano para que no te fueras, para que te quedaras hablando con ella, y en esos años de adolescencia repelente y egoísta yo me zafaba y me iba, yaya déjame que llego tarde.


De la tele le gustaban las galas donde las cantantes llevaban vestidos largos y vistosos, joyas brillantes y zapatos de tacón. Los presentadores de los telediarios, a los que devolvía el saludo y despedía al terminar como si estuviesen en casa de visita y pudieran verla; la misa de los domingos, y las películas, a las que ella, gracias a su sordera y a su imaginación, cambiaba el argumento. Y cuando terminaban, y salía el consabido "The end" contestaba siempre "que te den". Me daba un beso de los fuertes, de los que suenan, me apretaba el pie y arrastrando los suyos, a pasitos de geisha encorvada, se iba a su cama.
Son sentimientos, no sólo recuerdos, seguro, porque ahora mismo tengo un nudo en la garganta. Y no sé qué daría por estar en este momento sentada con ella al lado de la mesa camilla cogida de su mano.

3 comentarios:

  1. me mucho de que te hayas lanzado a la piscina... con este blog
    un beso gordo, por cierto... me gusta como escribes

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  2. entre "me" y "mucho" falta "alegro", cosas de la edad....

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  3. No siento que me esté lanzando a una piscina, más bien que me he puesto a chapotear en un charquito... es divertido y sin riesgos ;-) Gracias por el empujón (y por dejarme copiar)

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