jueves, 28 de enero de 2010

LA BARBIE Y CAILLOU

Lo tengo clarísimo. Si tengo que elegir me quedo con la Barbie. Ya, lo sé, lo sé, pero es que al final las cosas no son lo que son, sino lo que nos hacen sentir. La Barbie no me inspira nada en particular, en todo caso la misma indiferencia y desdén que me provocaría cualquier pavisosa de inexpresiva mirada de plástico y sonrisa postiza. En cambio a mis retoños les encaaaanta, ya sea mariposa, princesa de los animales o sirena. Yo pongo mi pequeño granito de arena en pro de la liberación de la mujer y cuando vemos una peli voy haciendo comentarios (aunque no me consta que los escuchen) muy educativos como "menuda panoli", "vaya vestido cursi", o "hijas de verdad, hace falta ser tonta para enamorarse de un príncipe tan creído". Seguro que algo queda.
Lo de Caillou es otra cosa. En realidad se trata de una serie de dibujos muy recomendable para los pequeños, en la que un crío de cabeza redonda hecha con compás y sin un solo pelo vive las típicas situaciones del día a día (Caillou va a la playa, Caillou va al parque, Caillou se disfraza) y transmite a los niños valores como el respeto, el cariño a la familia, el cuidado del medio ambiente, la importancia de compartir... Qué mono.
Vive en una casita de colores con jardín, donde sus papás hacen un huerto, y todos sin excepción se quieren, son felices y encantadores. Los papás, los abuelitos, el vecino, la profesora, los amiguitos... Los conflictos del día a día los resuelven con cariño y comprensión. Hoy lo estábamos viendo durante el desayuno. Caillou había cogido piedras en un río y quería guardarlas dentro de su cama. Su mamá, tranquila, con su voz suave y dulce le dice, mejor buscamos otro sitio más apropiado, no te parece, Caillou? Él levanta su cabezón, la mira sonriente y contesta, qué buena idea, mami!
Cinco minutos después, otra situación, ésta real y tan habitual que a veces me parece que estoy atrapada en un bucle sin fin, como en el día de la marmota que diría mi amiga: yo gritando por quinta vez sin que nadie se inmute "¡¡¡Pero podéis hacer el favor de poneros los abrigos YA, que llegamos tarde??!!!" Al final, como tantas otras veces, se los he puesto yo de malas maneras, una ha empezado a lloriquear, claro, tanta brusquedad; la otra se ha parapetado con un "este abrigo es horrible y no lo quiero"... Hemos salido a trompicones de casa y corriendo al cole. Unas cinco o seis veces por el camino he tenido que repetir (con menos volumen, que estamos en la calle) "pero vengaaaaaa, ¡más rápido!" y hemos llegado sin aliento justo cuando sonaba la campana. Después, mientras iba a trabajar, me he acordado de Caillou, de su mamá, y de toda su adorable familia.
Caillou, a diferencia de la Barbie, sí me inspira cosas. Pero casi mejor me las guardo para mí.

miércoles, 27 de enero de 2010

CORRER (RIESGOS)

Aquel caballero era un buen luchador, se entregaba en cuerpo y alma al combate, incluso tenía fama de ser algo temerario. Lo cierto es que no pensaba mucho en los riesgos, hasta aquella batalla. Fue diferente desde el principio, porque estaba absolutamente seguro de que la ganaría y viviría con gloria el resto de su vida de caballero. Se lanzó solo, confiando en ese algo que desde su interior le decía: esta es la batalla definitiva. Es tuya. No pensó en protegerse, no dudó ni un momento de sus fuerzas. El resto de caballeros le vitoreaban, sabían que iba a ser el vencedor. Pero cuando todo parecía conseguido, una espada larga y afilada que no vio venir se le clavó al lado del corazón, hasta el fondo. Limpiamente. Silencio.

Pasó días, meses, entre la vida y la muerte. Todo ese tiempo, una idea daba vueltas y vueltas en su cabeza. Hasta que tomó la decisión más importante de su vida. Cuando pudo ponerse en pie, mandó que le fabricaran una especie de buzo a la medida. Desde la cabeza hasta la punta de los pies, ni un centímetro de su cuerpo quedaba a la vista. Era algo incómodo, pero la seguridad con que podía ir por la calle le compensaba. Y poco a poco se fue acostumbrando a llevarlo, hasta que se convirtió en una segunda piel.

Así pasó el tiempo. Y llegaron nuevas guerras. Nuestro caballero salía siempre ileso. Iba despacito por el campo de batalla, dando empujones a los enemigos, que iban cayendo, sorprendidos ante una visión tan extraña, parecía de otro planeta. Pero ni un rasguño. Estaba satisfecho. Hasta que una noche, después de un combate, se quedó al lado de los heridos. Estaban ensangrentados, a veces aullaban de dolor, pero unas doncellas muy dulces les cuidaban. Y una vez curados se iban de fiesta, se abrazaban, reían, incluso fantaseaban con volver a la batalla.

Una oleada de melancolía le recorrió debajo del buzo. Y se dio cuenta. Estaba protegido de las espadas y los puños, pero también de las caricias, ni siquiera la brisa del atardecer podía tocarle. Incluso las voces le llegaban como de lejos. Su cuerpo se había acostumbrado a movimientos lentos y había perdido la agilidad y la fuerza de su juventud. Y estaba solo. En ese momento deseó que alguien le pellizcara y sentir esa punzada de dolor que, al fin y al cabo, te recuerda que estás vivo.
Y así fue que, tras mucho cavilar, el caballero tomó, de nuevo, la decisión más importante de su vida. A partir de entonces fue en pelotas hasta que murió, feliz y contento, muchos años después.... ( tanto darle a la cabeza dentro del buzo...)

martes, 26 de enero de 2010

TIJERAS

Tengo unas tijeras de cocina azules con el filo muy cortante. Da gusto. La verdad es que ahora estoy por enmarcarlas o guardarlas en un cofrecito como los de las cenizas de los difuntos que luciría muy bien en la vitrina de mi salón. Y es que resulta que no sólo son estupendas para cortar la cola de las pescadillas. Con ellas he conseguido romper definitivamente con una parte de mi pasado, rasgar (literal y metafóricamente) ciertas normas morales que me hicieron mucho daño, tijeretear complejos y recuerdos feos, de los que no es necesario guardar.
Unas tijeras, un símbolo, un grito de guerra.
Qué gracia que algo tan pequeño, tan barato, tan prosaico, tan intrascendente, tan poco espiritual, de repente sea para mí el símbolo de una nueva vida. Gracias C.

lunes, 25 de enero de 2010

QUE TE DEN

De la gente a la que hemos querido nos quedan los recuerdos. Pero hay personas que han formado parte de nuestra vida hasta tal punto que no las recordamos sino que las sentimos. Pensar en mi abuela es revivir mi infancia, revivir momentos que se han quedado grabados no sé si en mi cerebro, en mi corazon, en mi piel...


Sensaciones, como el calor y la extrema suavidad de su mano grande de dedos torcidos por la artritis, mientras me frotaba los pies en el sofá. Como sus gritos por el pasillo por no obedecer a la primera (ningún sentimiento de frustración ni de dolor por aquellos gritos; mi hermano y yo los oíamos como cualquier otro sonido de los que te acompañan en casa, como el agua saliendo del grifo o la campana extractora funcionando). Su imagen, sobre todo de los últimos años, toda vestida de negro, sentada al lado de la mesa camilla, mientras miraba por la ventana a la gente pasar y pensaba que ojalá pudiera llevar unos zapatos como los de esa señora que caminaba ahora por la calle. Pero no, sus grandes juanetes sólo le permitían llevar zapatillas de felpa.


Sus listas de la compra, donde el jamón de york provenía de "iort" y los huevos, ante la duda de si se escribía con hache o no, con uve o no, eran un dibujito (de un huevo, claro). No pudo ir casi a la escuela porque de bien pequeña tuvo que ponerse a servir, pero era lista, más lista que el hambre. Y buena, y divertida, y cariñosa, y con una imaginación desbordante. Sus comparaciones siempre eran de colores, expresivas, visuales, exageradas, y nosotros nos reíamos (como esa vez que cogí piojos en el cole y ella gritaba "son como garbanzos!!").


Nadie se iba de casa sin comer un par de galletas cuétara o un café con leche, te agarraba con la mano para que no te fueras, para que te quedaras hablando con ella, y en esos años de adolescencia repelente y egoísta yo me zafaba y me iba, yaya déjame que llego tarde.


De la tele le gustaban las galas donde las cantantes llevaban vestidos largos y vistosos, joyas brillantes y zapatos de tacón. Los presentadores de los telediarios, a los que devolvía el saludo y despedía al terminar como si estuviesen en casa de visita y pudieran verla; la misa de los domingos, y las películas, a las que ella, gracias a su sordera y a su imaginación, cambiaba el argumento. Y cuando terminaban, y salía el consabido "The end" contestaba siempre "que te den". Me daba un beso de los fuertes, de los que suenan, me apretaba el pie y arrastrando los suyos, a pasitos de geisha encorvada, se iba a su cama.
Son sentimientos, no sólo recuerdos, seguro, porque ahora mismo tengo un nudo en la garganta. Y no sé qué daría por estar en este momento sentada con ella al lado de la mesa camilla cogida de su mano.

viernes, 22 de enero de 2010

ETIQUETAS, MATICES, EXPECTATIVAS

Crecí encorsetada en etiquetas sin matices que creaban expectativas razonables. Yo (todos lo decían, en el cole, en casa) era una niña lista y buena. Sin matices. Sin dudas. Eso generaba unas expectativas lógicas: sería juez, o notaria, o directora de una oficina bancaria, pero indudablemente tendría lo que se puede etiquetar como un buen trabajo. Además, al ser buena, la vida me sonreiría, encontraría un buen novio que me querría y crearíamos una familia decente y feliz. Yo asumí con facilidad y con cierta autocomplacencia esas etiquetas y esos planes de futuro. Me gustaba que los demás me viesen así. Que me quisiesen, porque era lista y buena. Y así fue. Hasta un día.

Ese día todo se rompió. Todo desapareció. La persona que yo creía ser también desapareció. Y entonces descubrí que no era tan lista ni probablemente tan buena como creía, pero que era fuerte. Porque conseguí inventarme de nuevo.

Ahora no quiero etiquetas, aunque a veces no puedo evitarlo, son fáciles de poner y me ayudan a creer que estoy siguiendo un camino y no que voy sorteando obstáculos sin rumbo.
He conseguido construir algo. Muy poquito. No quiero ponerle nombre pero es mío. Es mi vida. Es a lo único que pude agarrarme cuando el suelo desapareció bajo mis pies.

Tampoco quiero poner etiquetas a la gente que está a mi lado. Ni a lo que nos une. Amistad, sexo, amor. Seguro que existen muchas más opciones, muchas combinaciones, muchos matices. Yo todavía los desconozco, pero los intuyo. Y me gusta más que me asusta el pensar que el futuro es incierto, que la gente va y viene, que todos podemos aprender de todos, y que podemos hacernos compañía a veces. Sin expectativas.

http://www.youtube.com/watch?v=jka7n5PQmKg